Una vez escuché a Sabina
introducir su canción “pongamos que hablo de Madrid” como una historia de amor
y odio a una ciudad invivible pero insustituible. Algo parecido me pasa a mí con
Sevilla, aunque por distintos motivos.
Para explicaros lo que siento
hacía ella, le robo las palabras que contestó en esta entrevista mi tío, porque
la leí y pensé que suscribía cada una de ellas.
Sevilla es la ciudad donde he nacido, he vivido y, probablemente,
moriré. La quiero y me siento sevillano. Pero también la sufro, porque es una
ciudad muy parada, con una sociedad cerrada y muchos prejuicios y compartimentos
estancos, donde es muy difícil articular movimientos. Es un lugar donde las
tradiciones, que son muy necesarias para cualquier ciudad, son excesivas y
cualquier otra cosa pasa a ser irrelevante; cualquier capataz de Semana Santa
tiene mayor relevancia social que el mejor catedrático de la Escuela de
Ingenieros. Cuando nos miramos tanto a nosotros mismos significa que miramos
menos fuera y, por tanto, estamos menos abiertos al mundo, somos menos
cosmopolitas.
Yo también la he sufrido y la
sufro. Sus, en ocasiones, radicales tradiciones, sus grupos tan cerrados, su no saber valorar lo que te aportan,
enriquecen y suman las personas y
culturas de fuera, su “no integrar”
si no has nacido en Triana o al menos lo pareces.

Todas estas cosas y darme cuenta
que yo misma pertenecía a ellas, hicieron que hace unos años me enfadara con la
ciudad y me escapara a Madrid. Sí, le puse los cuernos un tiempo con la
capital. Con Madrid viví una relación corta pero intensa. Allí todo era más
fácil, al menos respecto a estas cuestiones. Ciudad de todos y de nadie, cruce
de destinos, nadie es un extraño en Madrid porque lo raro en Madrid es
encontrarte con un madrileño.
Por cuestiones del trabajo y del
destino, volví a mi Sevilla natal incluso antes de lo planeado. En un
principio, para que negarlo, sin ninguna gana. Pero poco a poco, me voy
reconciliando con la ciudad, la voy queriendo más y más, como hay que querer a
las personas, conociendo y aceptando sus virtudes y sus defectos.

Para mí el buen sevillano es
aquel que está enamorado de su ciudad pero es capaz de enamorarse de cualquier
otra del mundo que lo merezca. El buen sevillano canta, baila y bebe rebujito
en la feria de abril pero se divierte como el que más en las fallas, los san
fermines y hasta en la Oktoberfest. Al buen sevillano le encanta el “cachondeo”
pero es un magnifico y serio profesional en lo suyo. Se le eriza la piel con
una canción de flamenco y con las Cuatro Estaciones de Vivaldi.
En fin, espero que no me
malinterpretéis, adoro mi ciudad que me sigue sorprendiendo por bonita cada
día. Ayer mismo tuve el privilegio de tomarme una copa rodeada de amigos a
escasos metros de la Giralda y estábamos todos sin excepción (nacidos aquí la mayoría)
con la boca simplemente abierta. –Parece hecha de oro –Le oímos decir a una chica
de fuera.
Pues eso, estoy muy orgullosa de
ser sevillana y hasta de tener 8 apellidos andaluces. Debo de admitir que
aunque sea una peli de humor, en la que por cierto me reí mucho, casi me
emociono cuando vi ese coche de caballos llegando, Triana de fondo y los del Rio como fantástico broche final.
El único problema de Sevilla es, en mi humilde opinión, que en ocasiones ve la
vida en un solo color, aunque éste sea un color especial.
P.D.- Lo seguimos discutiendo en
la feria, con rebujito en mano.
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