Hoy
comenzamos el primer post de la que será la sección “competencias”, en la cual
en cada artículo o artículos trataremos una. Las competencias son la piedra
angular de las políticas de Recursos Humanos, los que nos dedicamos a este mundillo
estamos hartos de escuchar y repetir el término, y cada vez se está poniendo
más de moda para el público en general, pero, ¿sabemos realmente qué son las
competencias?
Una
competencia es un repertorio de comportamientos que hace eficaces a los
profesionales en determinadas situaciones. Está compuesta de conocimientos
(“saber hacer”), habilidades (“poder hacer”) y compromiso (“querer hacer”). Si
una de las tres cosas falla, la competencia falla. Eso es, a muy grandes rasgos,
lo que es una competencia.
Pero ¿tienen
algo que ver conmigo esto de las competencias si no me dedico a los Recursos
Humanos? Pues vamos a comprobar que sí, ya que analizaremos las
competencias desde un punto de vista diferente, para darnos cuenta así, de que las competencias las aplicamos todos,
todos los días. Y, lo más importante, son algo que se puede desarrollar.
La toma
de decisiones en una de las competencias más valoradas, sobre todo entre los directivos
y los empleados con cierta responsabilidad. Consiste en elegir una opción entre las disponibles, a
los efectos de resolver un problema actual o potencial.
La toma
de decisiones se da tanto en el mundo laboral y empresarial como en el
personal, y a veces, como suele ocurrir con las cosas importantes, las decisiones se mezclan entre todos los
mundos. Una decisión en mi trabajo me puede repercutir en mi vida personal y
viceversa, ahí reside la magia.
A
priori parece fácil: elegir la opción que consideramos más adecuada entre todas
las posibles. Pero veremos a través de una serie de historias en distintos post, que la toma de decisiones, tiene distintos enemigos que debemos saber combatir:
Uno de
los motivos por los que nos cuesta tomar decisiones son los que yo llamo
nuestros enemigos los “ysis” del pasado: “y si me hubiera quedado en Madrid”,
“y si hubiera seguido con Carlos”, “y si hubiera estudiado periodismo”, "y si hubiera seguido ese impulso aquella noche"…
Todos
tenemos nuestros “ysis” particulares, que aparecen en nuestras cabezas para
amargarnos la existencia en mayor o menor medida. Todos hemos realizado
decisiones en el pasado en las que al elegir una opción, descartamos otras que
se quedan en un camino sin final y a las que a veces volvemos lamentándonos,
alegrándonos o simplemente preguntándonos como habría sido.
Debemos
olvidar los “ysis” o al menos darles la justa importancia que tienen. ¿Por qué?
por una sencilla razón, porque nunca lo sabremos. Recuerdo que de pequeña me
encantaban aquellos cuentos infantiles que tenían distintos finales que ibas
decidiendo tú: “si quieres que el caballero se enfrente con el dragón pasa a la
página 18, si quieres que vaya al castillo a rescatar a la princesa salta a la
página 21”. Lo bueno de estos libros es que acababas leyéndote cada noche un
final y así elegías cual era tu favorito.
En la
vida real eso no pasa (al menos por ahora, que nunca se sabe), por tanto, hay
que decidir con paso firme y una vez decidido no darle muchas vueltas a los
“ysis”, porque en la vida real no podemos volver a la página 18 a ver si
hubiera sido mejor esa opción.
Los “ysis”
son sólo otras alternativas que podrían haber estado más o menos bien según lo
miremos, porque nada en esta vida es absoluto. Lucía Etxebarría escribía en uno
de sus artículos, que una vez dejó escapar a un chico que, mirándolo en ese
momento con perspectiva y ante la lista de impresentables que vino después,
consideraba un partidazo (bueno, inteligente, culto). Lucía solía torturarse
pensando que había perdido la oportunidad de su vida. Sin embargo, un día lo pensó
fríamente, no había dejado pasar la oportunidad de su vida, había dejado pasar
una oportunidad “y de las buenas”, pero era sólo una alternativa más entre
todas las que existen, además si así lo decidió en su día, sería por algo.
Al
final todo está en ti mismo y en cómo te tomes las cosas. Como decía Isabel
Aguilera en su libro, el truco está en hacer correctas tus decisiones. Al final
eres tú el dueño de tu vida, y por tanto, el árbitro y jurado de tus propias
decisiones. ¿Quién decide si son correctas o no? Tú mismo. No te tortures
porque seguro has elegido bien, y si no es así, desde luego nadie podrá
contarte lo contrario. Resumiéndolo todo en términos sabios y sencillos,
es decir, en cultura popular, como decía mi abuela: “lo que pasa es lo mejor”.
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